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lunes, 5 de enero de 2009

"Aquellos vagones verdes"







"Aquellos vagones verdes"




Parte de la familia, no todos, sólo los más cercanos, se han reunido en la estación de ferrocarril. Los vagones están ya repletos de reclutas, todo es verde olivo, vegetación, soldados, vagones. Un cartel inmenso con letras rojas choca con tanto verdor "Hasta la Victoria Siempre”. Son las palabras del comandante Guevara, frase que acompañará a este pueblo durante largos años. La ciudad de Camagüey ha amanecido con un rostro diferente y hasta el clima ha cambiado. Sopla un viento cálido que roza la cara y se suma a esa llovizna fina pero persistente en esta mañana de verano.


Javiera sostiene el llanto, por sus niños, para que no sientan todo lo terrible que se encierra en esta despedida. Los tres chicos corren felices de un lado para otro y gritan a chillidos cada vez que la locomotora se pronuncia con su timbre ronco y acompasado.

­-¡Cuídate mucho! - le dice a su marido- por ti y por nosotros.
-Dame la certeza de que me esperarás.
-No hables boberías- contesta Javiera, queriendo restarle importancia a la situación. Trata de sonreír, pero en su rostro se alcanza a dibujar sólo una mueca.
El tren comienza su marcha, tan lento como el mismo suceso. Va en dirección a La Habana, dejando a los camagüeyanos tan desolados como sus propias sabanas. Guillermo alcanza a subir al estribo del vagón que empieza a moverse. Hace malabares para sostener su mochila y la mano de Javiera. Unos pasos más y el fin del andén los obliga a soltarse. El ruido de la máquina enmudece sus palabras pero no los suspiros y las lágrimas que brotan, y se quedan mirando hasta que la distancia desdobla la imagen y definitivamente dejan de verse.
La guerra ha dejado a muchas mujeres solas, pero Javiera sólo piensa por ella, por su poesía trunca, por todos los deseos que no ha podido atar y teme se olviden con el tiempo y la gloria.

Javiera y Guillermo estaban a punto de empezar una nueva vida; habían comprado un terreno con la idea de construir una casita y ya contaban con muchos de los materiales de construcción necesarios para poner manos a la obra, cuando los acontecimientos de la época les cambió el rumbo. Corría el año 78 y Angola se debatía en una guerra marcada por la incertidumbre y el genocidio. El MPLA liderado por Agostinho Neto era respaldado por la unión Soviética y por Fidel Castro quien desde el 76 había comenzado a enviar pequeños grupos para apoyarlos en su lucha contra las guerrillas de la Unita. Ahora la situación se tornaba más difícil y se requería de más soldados. De todas las provincias partieron destacamentos. Camagüey no se quedó atrás y en un abrir y cerrar de ojos armó su contingente para esta misión internacionalista.
Guillermo hubo de partir al frente respondiendo al llamado del Partido Comunista, dejando a su esposa e hijos con el corazón en un hilo, pues sabían demorarían años en volver a verle. La premura de la acción le dio sólo el tiempo mínimo para preparar el morral con los enseres propios de los que van a la guerra y le robó el espacio importante para poder conversar con su esposa acerca del futuro y de cómo llevar a cabo la empresa de construcción.

- Son tantos los que amo, que no alcanzaré a despedirme de ellos, pero cuéntales que los llevo en el corazón.

- Pero ¿por qué tú y justo ahora que tenemos por delante el asunto de la casita?

- Tú sabes que esta tarea es muy importante. Es hora de demostrar que los cubanos tenemos cojones.- Una mezcla de coraje y tozudez superaban su voluntad. No continuó ella expresando lo que pensaba para no herirlo, pues él derrochaba entusiasmo y tenacidad. Por otra parte la madre de Guillermo lo sacudía a preguntas:

- ¿Ahora te dio por defender a los negros?

- Mamá, ya lo dijo Fidel, que aquí el que no tiene de negro tiene de carabalí. Todos tenemos sangre africana y allá están nuestros hermanos.

- ¡Ay hijo! no entiendo tu arrebato. Si es por ayudar a los negros, bien pudieras irte a Santiago que hay bastante y con las mismas necesidades.

- Mamá, usted no entiende. Primero hay que ganar la guerra y luego llevaremos salud y educación gratuita a ese pueblo africano. Por más que su madre reclamó, no encontró razón a tanto alboroto y entusiasmo. Sabía que su hijo Guillermo no actuaba presionado, sino siguiendo sus instintos, pero, ¿acaso se había detenido a pensar en todos los pormenores de una guerra?.

Así se fueron muchos a esta guerra ajena, unos empujados por la franca corriente, movidos por el entusiasmo general y motivados por las eternas consignas del momento repetidas en todas las páginas del Granma y los altoparlantes de la ciudad, otros, locos por salir de Cuba sin saber adonde iban, mintiéndose a sí mismos de que regresarían sanos y salvos. Y se fueron así como si nada, acortándose las vidas y perdiéndose entre la nada y la metralla. Guillermo fue siempre una persona de objetivos definidos, estaba demasiado imbuido en el asunto sin miedos ni dudas, confiado en que regresaría portando la medalla de la victoria por el deber cumplido. Debía marcharse a implantar un orden social, económico y político sin precedentes en Africa, construir el socialismo en tierras lejanas. Estaba convencido de eso y nada lo detendría. Dejó a la familia en un pedazo de casa si así se podía denominar a aquellas cuatro paredes que cumplían todas las funciones dentro de un hogar, una cocina a mal traer y por baño sanitario un retrete al que se llegaba salvando la maleza y el fango en época de lluvias.

A ese panorama se enfrentaría Javiera con muchas ganas teniendo a su marido como pilar espiritual. Ella con una inteligencia poco común, era capaz de descubrir oportunidades donde otros no veían más que obstáculos, su intuición y su capacidad para concentrar sus energías en una sola dirección la ayudaron a plantearse la meta: trabajar para la Revolución y vivir para levantar su casa. Empezó a tomar conciencia de la magnitud de su libertad y de su poder de creatividad. Se estremecía al darse cuenta de capacidad que tenía para cumplir con todas las obligaciones en el trabajo y en el hogar. Sabía que esta era una prueba difícil que habría de enfrentar confiada que cada situación por dura que parezca cumple una función en nuestra vida y es una oportunidad para crecer y sacar esas fuerzas que duermen en nuestro interior. Siempre mantuvo esa agilidad de espíritu que muchos envidiaban y que ante iguales circunstancias ya se hubiesen rendido.

Javiera se las ingenió sola para llevar adelante la tarea de construcción, poco a poco fue levantando la casa, una pieza tras otra entregando esmero y dedicación al colocar junto a los albañiles cada ladrillo. Su gentileza y el gusto por el progreso práctico había encantado al resto de la familia. Quería sorprender a su marido con un lindo jardín y se hizo conseguir a un buen jardinero que le ayudase a podar las plantas, hacer del yerbazal un césped y lograr que las matas frutales fueran no solo ornamentales. Consiguió abono y tierra fértil para sacarles a tiempo el fruto. Plantaron helechos, buganvilla y mantos de todos los colores para darle alegría al terreno. Ensayó diferentes alternativas, jugó con los materiales que disponía, agregaba y modificaba cada espacio hasta que logró sustituir la empalada de troncos viejos que servía de reja por una verja de hierro al estilo colonial, dándole un toque especial a la entrada de la casa. Demostró que no sólo los artistas son creadores. Dio rienda suelta a la sensibilidad, disfrutando cada acción que realizaba y eso era tan notorio que nadie dudaba que estaba en conversación permanente con su marido.

Los albañiles la seducían con propuestas muy diferentes pero ella no perdía de vista sus objetivos confiando que su proyecto estaba bien encaminado. Se ocupó de los animales del corral, alimentándolos con la dulce ilusión de agasajar al marido al regreso y vivirían tanto cuanto se demorara él en regresar. Entretenida en los quehaceres entonaba su guajira preferida:

“Por eso canto a las flores y a la mañana que inspira,
le canto a Cuba querida, la tierra de mis amores ”.

Javiera discutía con los plomeros, dirigía a los ebanistas y carpinteros quienes medían y sacaban cuentas para hacer de trozos de madera roídos por la carcoma, muebles nuevos y trabajaba codo a codo con el electricista para llevar corriente eléctrica a toda la casa con pocos cables y mucho ingenio. Lentamente, pero con prestancia, fueron apareciendo otras piezas, cada vez los niños fueron gozando de más espacio y aquella primera pieza se transformó al cabo de dos años en uno de los tantos ambientes de una linda casa. No importó la escasez por la que atravesaba el país. Gracias a su carácter y extroversión era buena para descubrir nuevos ambientes y amistades en los lugares más insólitos y trabar amistad en beneficio del trueque y la colaboración mutua. “Quien tiene un amigo, tiene un Central” – se decía a sí misma y comentaba con el resto –“hay que resolver, si te quedas sentado esperando que el Comité de Defensa de la Revolución te envíe los materiales, simplemente te jodes.”

Javiera siempre tuvo noticias de Guillermo. Llegaban cartas no tan seguido como ella hubiese querido, pero a través de los soldados que eran dados de baja se enteraba de la situación con bastante regularidad. Algunas misivas eran alentadoras otras con deje de nostalgia y temor por la vida sabiendo que la muerte estaba presente en cada momento. “Dormimos armados por si las moscas, pero si nos bombardean cagamos. De nada me va a servir la práctica” “A veces no entiendo que hago aquí entre tanto negro, nosotros luchando y ellos se rajan al primer disparo. Ni que esta fuera la guerra nuestra”. Pero estas expresiones eran las menos, generalmente hacía gala de buen humor coronando sus textos con frases esperanzadoras que para el destinatario no dejaban de ser estimulantes, aunque muchas veces daba la impresión que estaba leyendo un titular de diario lleno de consignas y no escuchando al Guillermo auténtico y jocoso. “Llegó una brigada artística, han recorrido todo el país llevando la cultura cubana a sus soldados y también a los camaradas angolanos; ya te puedes imaginar: guateque, humor y trova. Como ves, la revolución no nos ha dejado de lado.” “Los invasores están retrocediendo, la guerra está por terminar, yo creo, según nos comenta el político del grupo, que un año más y la ganamos, y eso significa vuelta a casa” “¿Te acuerdas de la carta de despedida que escribió el Che a Fidel?, léela y entenderás muchas cosas, no en vano es este sacrificio.”

Por su parte, ella siguiendo el mismo tono, le contaba de los logros de la Revolución en el campo de la educación y la salud. “Fidel acaba de inaugurar otra escuela en el campo. Están construyendo cerca de casa otro policlínico, esto se está poniendo bueno “ Nunca le describió a Guillermo los avances de su casita, prefería reservarlos como sorpresa. Y al cabo de los años, cuando Guillermo regresó enjuto y maltrecho de la guerra, tenía hogar terminado y unos hijos que ya no eran niños sino jóvenes, que habían crecido aceleradamente al calor del trabajo y el cuidado materno.

El Comité organizó una gran fiesta para recibir y galardonar a un héroe. Se reunió gran cantidad de gente, hasta desconocidos se acercaron para verle y tocarlo por la suerte que tuvo al regresar con vida. Sólo la familia de la esquina no se sumó al jolgorio, no se sabe si por decoro pues aún guardaban luto por la muerte en combate de dos de sus tres hijos o para manifestar abiertamente su descontento contra el gobierno. La bandera roja que le habían entregado un mes atrás a Ofelia no le servía para mitigar su dolor y ella seguía balanceándose y repitiendo “no me canso de esperarte”. “Mi vida vale menos que tu ausencia”. ¿Se referiría al hijo que estaba aún con vida en Etiopía o al caido en Angola? Cada cual con sus esperanzas, frustraciones y alegría.

La familia de Javiera y Guillermo estaba eufórica. Los más allegados quisieron agasajarle, aportaron con lo que tenían para la fiesta que tendría lugar en la casa nueva. Mucha cerveza y una cena de lujo, entrada y salida de gente durante parte del día y toda la noche. Allí estuvieron hasta el amanecer escuchando de bombardeos, sangre y muertos. Pero estas historias no empañaban el regocijo de Guillermo, porque estaba sano y salvo al lado de los suyos. No hubo tiempo para contarle que meses atrás se había desatado en toda la isla una verdadera caza de brujas. El partido presionaba a los combatientes cuyas esposas les habían sido infieles durante su ausencia. Muchos se vieron obligados a abandonar a sus mujeres independientemente de que ya hubiesen sido perdonadas por ellos mismos tras el reencuentro. En muchos casos había triunfado el amor sobre el odio pero el partido no podía tolerar tal flaqueza. ”Los héroes no pueden manchar su imagen, no se está hablando de la familia sino de la conducta comunista, que bajo ningún concepto puede estar en tela de juicio” - expresó por ahí algún comunista. Guillermo no escapó a este hecho. La felicidad les duró poco. Los sueños tejidos por ambos se vinieron abajo con la misma fuerza de una descarga de proyectil. No le dieron tiempo a calentar su cama nueva, el reposo se rompió abruptamente cuando le llamaron del Partido para informarle que Javiera estaba en la lista de las esposas infieles. Cierto que no había evidencia de que hubiera metido hombre alguno en la casa pero igual había faltado a la moral socialista andando por ahí de farras.


- O te divorcias, o entregas inmediatamente el carné del Partido. Si eres capaz de portar los cuernos que te pegó tu mujer, no tiene por qué el partido soportar tal ignominia. Y olvídate de tus honores en Angola, todo tu sacrificio queda minimizado.

Nadie se cuestionaba si el combatiente en sus ratos de ocios había tenido relaciones con alguna compañera de batallón o simplemente, dando rienda suelta a su instinto animal se había revolcado con una negra de por allá. Se sabe que durante los trece años que duró la guerra no pocos fueron los retoños que quedaron en esa hermana tierra. Solo que por tratarse generalmente de apareamientos de personas de igual color era muy difícil atestiguar que eran productos cubanos.

La familia se cubrió de una sombra de dudas y faltó luz para entregarle claridad a esta pareja joven en el camino que se tornaba cada vez más oscuro. Según Javiera, su éxito radicaría en contactarse con su conocimiento intuitivo, evitar actuar de forma apasionada aunque el momento fuese turbulento, la paciencia era un punto esencial para relacionar los hechos y restituir el espacio limpio de influencias que bien podrían ser negativas con un dejo de maldad. Guillermo sentía necesidad de consuelo y de desahogo de sus emociones, quería volver donde su madre y caer en su regazo para que ella le dijera que aquello no era verdad, que era producto de maquinaciones y malos entendidos. Aquello que alguna vez leyó “No te desesperes si sufres pérdidas o quiebres” en este momento no le servía de mucho.

- Quédate donde estás, con los tuyos que te quieren- fue la respuesta de su madre - ésta es la oportunidad de afirmar tus principios y a la vez de demostrar que eres un hombre de verdad.

Guillermo tenía miedo de caer en esta guerra diferente. Si los del partido sabían algo podría ser cierto pero no tendría el valor suficiente para averiguar los detalles. No le faltaba amor y estaba dispuesto a perdonar pero como podría faltar al Partido. Se sentía perturbado, no expresaba lo que realmente le estaba molestando pues él mismo no sabía a ciencia cierta si la relación con el núcleo del Partido era más importante que la relación con su esposa. Y así sucesivamente, se fue encerrando en su mundo privado de dudas y desilusiones. Por otra parte, Javiera se sentía lastimada por los hechos y por la forma en que había reaccionado su marido dando credibilidad a los comentarios y decisiones de los cuadros del Partido. Pedía apoyo en tono exigente, luchando por sus derechos y su familia. A pesar de su exterior alegre y tono dicharachero seguía siendo muy sensible.


Precisamente ese era el tema de conversación que lideraban la mamá de Guillermo y Javiera entre otras mujeres:

- Yo que pensaba que su regreso nos iba a llenar de dicha.
- Por lo menos regresó con vida y no te pasó como a otras que se lo entregaron en un ataúd.
-Tú te refieres a los primeros, porque ahora ya ni los traen; bien dice el chiste ese que el cementerio más grande de Cuba está en Angola”
- ¡Ave María Purísima, calla esa boca mujer que te van a meter presa un día de éstos!
- Bueno que demuestren lo contrario. Mira, las madres y mujeres de lo caídos en combate no tienen dónde llevarles flores a sus muertos y eso sí es terrible.
- Bueno, no es el caso, y además Guillermo está aquí.
- Tú sabes cuántas penas he pasado sola, con los muchachos, llevando esta casa y acomodándola para que cuando él llegara la pudiéramos disfrutar como una verdadera familia. Y ahora salen con la historia de que le pegué los tarros.
- Lo que tú tienes que hacer chica, es conversar con él y decirle la verdad sin pelos en la lengua – decía la madre de Guillermo- quería hacerle entender que uno es responsable de ser asertivo y debe tener la capacidad de expresar lo que siente en forma clara, directa y respetuosa - Con la verdad llegará el alivio- agregaba.
- Pero ¿cuál verdad?. Nunca me acosté con nadie aunque ganas no me faltaron. Ya eso lo hemos conversado pero hay alguien atrás de esto que nos quiere cagar la vida.
- Habla con el Partido directamente.
- Mira, estoy a punto de ir al Buró y cantarles las cuarenta a esos maricones. Oye, yo soy Fidelista y apoyo el sistema por el valor de sus ideas sin mirar dónde mete el rabo el Comandante. Jamás le he estado contando las mujeres a Fidel.
- ¡Que no son pocas!
- ¡Y de todos los colores!
- Con hijos regados por todas partes;
-Entonces de qué moral estamos hablando. Todavía pregonan: “¡Lealtad a la pareja!”, país machista de mierda.
-Mira chica, el machismo está sembrado en lo más profundo de la cultura cubana, un cáncer difícil de extirpar que perdurará por muchos años.
-¿Y qué dicen sus compañeros?- preguntó una amiga.
-Eso es lo que le afecta, sus compañeros del Buró político. Le duele que piensen mal de él. La mayoría dejó negras preñadas y ahora andan viendo fantasmas en las mujeres que acá quedaron solas. Esto es una represión agazapada.
-Javiera, el Partido tendrá su razón. No todas actuaron bien.
-Pues mira, yo hablo por todas. Que cada matrimonio resuelva su problema en la medida de sus posibilidades y dentro de la pareja. ¿Por qué tiene que meterse el Partido en los culos ajenos? Lo único que yo quiero es que nos dejen en paz.

Cuánta verdad había en aquellas palabras. Quién mejor para perdonar y liberar de culpa que el propio marido. Era el momento de amparar, acoger y disculpar al otro miembro de la pareja si es que éste realmente había cometido un error y había procedido de manera incorrecta durante la larga ausencia de su esposo. En estos casos no hay cabida a la participación de terceros que no entienden los enredos del corazón.

La conversación duró hasta que llegó Guillermo cabizbajo y deshecho, se retiró a su pieza sin el menor entusiasmo al ver reunidos a los seres que más quería. Fue perdiendo conciencia de la existencia del resto de su familia, incluso de aquellos que le apoyaban. Se volvió cada vez más distante, olvidadizo. No importa que se le viera parado allí en el portal, su mente vagaba por alguna otra parte, si le hablaban sólo reaccionaba al segundo llamado de atención. Parece que ya había perdonado pero para el Partido la solución al conflicto era otra “Divorcio”. No estaba satisfecho con el veredicto; podría pedir explicaciones pero sería caer en detalles y en el más absoluto ridículo. ¿Y si le hablaban no sólo de otro sino de otros? ¿Escarbar más? ¿Tocar la llaga para sufrir o buscarla para sanar de una vez por todas, enfrentando el dolor con la firme idea de combatir el mal? No, demasiado ensimismamiento y distracción a sus propios deseos lo fueron desviando del camino correcto.

La paz nunca llegó, por lo menos para Javiera, quien no logró apartar sus sufrimientos. Guillermo quedó atrapado en la amargura, la culpa el dolor y el resentimiento; defraudado completamente, su cabeza se llenó de demasiados tormentos, imágenes de la guerra, bombardeos hambruna, miseria y deshonor. No pudo él combatir la angustia mental y emocional tensando los músculos y tratando de invertir toda su energía en buscar salida a este encierro, se trenzó con su mujer en largas discusiones políticas siendo del mismo y único partido. El callejón se les fue cerrando aceleradamente. Todo el coraje que siempre tuvo, parece que lo derrochó en suelo angolano, pues cuando más le hizo falta, no lo tuvo.

Al cabo de seis meses Guillermo se colgó de la única viga de madera que quedaba en pié del otrora rancho y dejó a su mujer con la imagen desgarradora de aquel hombre digno y grande con sus labios lívidos y las uñas negras mirando al futuro. Javiera maldijo el tiempo que se esfumó con esa guerra de mierda y a aquellos vagones verdes que le robaron definitivamente a su marido.


FIN