CORREO ELECTRONICO

jueves, 18 de febrero de 2010

“Atrapado”


“Atrapado”




Casi toda la tarde habían estado ambos tendidos sobre el césped verde y parejo producto del corte oportuno y dominguero, respirando ese aroma especial a yerba fresca que lo remontaba, al menos a él, al pasado, cuando corría libre, alegre y descalzo por la pista de atletismo del estadio central. Se da cuenta de que muchos de sus temores son infundados y que hace bien disfrutar de la vida sin remordimientos, aspirar el aire, mirar los árboles, escarbar el vuelo desprogramado de las mariposas multicolores. Se detiene a observar a su esposa. En un canasto de mimbre ella con impresionante parsimonia acomodaba los frascos de mermelada casera que había preparado para la ocasión y envolvía los restos del queque de plátano que había horneado la noche anterior. "Las cosas tienen un orden que a veces es difícil entender, pero lo importante es la armonía", reflexionaba él.

Una vez recogido todos los enseres y doblado cuidadosamente el diario se dispusieron a retirarse antes de que la noche se abalanzara sobre ellos. Él por primera vez fijó su mirada en el farol chino de última generación que ella portaba."¿De dónde salió este farol?, ¿Por qué no lo encendiste?". "Aún no es de noche, además se agotó el keroseno"-le respondió ella sin mucho entusiasmo, como adivinando sus pensamientos. Él quiso detenerse junto al kiosco que ya estaba por cerrar para averiguar dónde podía comprar combustible. Ella desde lejos le grito; "No es la hora ni el lugar" y siguió caminando, sujetando con la derecha su canasto, con la izquierda el farol. Este llamado de atención fue interpretado por él como una falta grave “Una vez más me quiere contrariar”-pensó él. Llevado por sus impulsos de extrema brutalidad la alcanzó y tiró del farol. Ella vaciló un segundo pero tampoco se volteó para interpelarlo. Asió con mayor fuerza su canasto y se desentendió del farol. Siguieron por el caminito que se convertía en una escalinata adoquinada bordeada por exuberantes arecas y palmeras. Al final de la escala se erguía la fachada color blanco ceniza de la casa estilo victoriana, llena de detalles, porches octogonales, complejos tejados, vidrieras, y una cálida chimenea que alguna vez funcionó.
Él siguió la algarabía, con tono poco amigable, sus frases confusas e incoherentes y su reproche desmedido. Ella intuyendo la furia del marido exclamó resoluta -“Si quieres pégame con el farol”
-Ah, quieres provocar mi ira para luego culparme.
-¡Qué torpe eres! No te hagas víctima de las circunstancias.
-¿Quieres derrotar mi paciencia?
-¡Tonto!
-¿Quieres mancillar mi voluntad?
-Apúrate que nos están esperando.
-¿Quieres que rompa este inútil aparato?
-¡Cállate la boca!
-¿Me estás desafiando?
Ella no contestó, en cambio él tomó su silencio como una afirmación. Sin vacilar, comenzó a golpear el farol chino sobre el camino, sobre las arecas, sobre el banco de hierro, sobre las rejas del antejardín.

Ella siguió avanzando. Dos hombres salieron de súbito a su encuentro. Ella de soslayo indicó en dirección al marido quien con evidente agitación empezaba de a poco a recuperarse de la rabieta y trataba de recoger los pedazos del artefacto que se esparcían por doquier. Un hombre lo tomó por los brazos sin que él se resistiese, mientras el otro le colocaba una chaqueta, no perdón, una camisa de fuerza. Ambos lo empujaron sin compasión al sanatorio.

Ella suspiró profundamente, entonces él, abatido y sin aliento producto de la inyección que le acababan de poner y que ya comenzaba a hacer efecto, antes de perder definitivamente el conocimiento, masculló; “¡Me has hecho caer en tus redes una vez más!”


FIN