CORREO ELECTRONICO

martes, 8 de agosto de 2017

"El despegue"



"El despegue"



" Y tal vez el tiempo me dé la razón"

Estoy a punto de abordar el avión, no Aeroflot sino Cubana. Como otras tantas veces tengo un largo viaje por delante pero esta vez no es por una razón de trabajo, y tampoco será Rusia el destino final. Desde el vidrio de la sala de estar ya no distingo las derruidas fachadas del reparto Boyeros, esa mezcla de lindo y feo que nos transporta a lo surrealista. Los colores aquí son más simpáticos. La terraza del aeropuerto comienza a recibir el gran alivio tras el cariño de dedicados albañiles y pintores quienes, con pocos recursos, deberán devolverle a la entrada de la ciudad su encanto caribeño de antaño; sólo el encanto porque la arquitectura de entonces está ahí, a pocos metros, detenida en el tiempo, inmóvil en nombre de la Revolución.

Son momentos difíciles sobre todo cuando se agolpan planes que he guardado durante mucho tiempo en secreto absoluto porque como decía nuestro poeta nacional “hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas”. Qué triste darse la molestia de abandonar el país donde uno nació porque ha dejado de ser digno. El tema de las lealtades surge con fuerza, pero tampoco se puede renunciar a la autonomía ni a los deseos íntimos. “Todo ser humano debe contar con la libertad mínima para elegir una mejor calidad de vida y abrirse a otros horizontes”- había leído alguna vez . Tenía que trascender los bloques emocionales y restricciones que me impusieron desde la infancia, alejarme de los que trataban de limitar e interferir mis acciones, mi crecimiento. Me di cuenta que la isla me quedaba chica y que definitivamente ya no cabía en el espacio que el gobierno me quería imponer.

Desde que era un muchachito desarrollé una gran capacidad de observación y contemplación frente a todo lo que me rodeaba. Al menos eso decían mis abuelos con reiterada frecuencia. Desde muy temprano aprendí a conocer las riquezas espirituales que cada ser encierra en sí, distinguir lo bueno de lo malo y pude encontrar en todo su parte buena. Manejarme entre el egoísmo , la prepotencia , el orgullo , el abuso de poder y el miedo me fue abriendo el camino para poder defenderme de los malos ejemplos y con ello labrarme un sólido camino.

De niño y joven fui simple espectador pero en estado consciente. Luego poco a poco fui descubriendo que en este país no había espacio para la reflexión ni las inquietudes y los sueños que nos podían surgir, había que dejarlos literalmente en la almohada. Es cierto que el gobierno se ha preocupado del desarrollo de la educación y la salud pero colapsó frente a la infinidad de otras demandas del ser humano. Entonces me preparé para el salto convencido de que había llegado el momento de trazar mi propio sendero hacia la luz.

Lo curioso es que estando en la misma tierra que me ha cobijado treinta y tres años, ahora empiezo a respirar otro aire, al menos un nuevo sentimiento que no es más que el saber que voy a vivir a otro mundo cambiante y dinámico. Mi vida se ha quedado en otra página y recuerdo muchos escenarios y aunque estoy rodeado de lo más preciado, se han congelado las palabras. El mutismo se rompe solo para tomarnos unas fotos.

En la sala de espera no hay espacios para diálogos. Cada uno está ensimismado en sus propios pensamientos. Mi hermana no oculta su entusiasmo junto a mi sobrina Giselle quien con solo dieciséis años, añora estar en mi lugar. Mami por el contrario está a punto de desfallecer, se siente inerme, desamparada e impotente. “¿En qué había fallado que no logró retener a su lado y en su tierra a su querido hijo?. ¿Dónde estuvo el descuido? . ¿Por qué ella, que había dado todo de sí, tenía que sentir ahora tanto despojo en su alma?. ¿De qué sirvieron tantos buenos ejemplos?”
“Demasiados viajes al extranjero” - era la respuesta correcta y más acertada a sus inquietudes.


Ver a su hijo volando a lo desconocido le partía el alma. Sabía que este no era un viaje turístico como decía el sello que estaba estampado en el pasaporte. Como cómplice a medias, me susurró al oído que pese a nuestras diferencias ideológicas me adoraba tremendamente. Me hizo jurar que no la olvidara, que escribiera siempre y apenas tuviera la oportunidad la visitase. No dijo más porque comenzaron a anunciar el vuelo. Ahora pronunciamos los deseos más cálidos y vienen los abrazos y los besos y con ellos un retorcijón fuerte en el estómago, que por sonrisa nos espanta una mueca en el rostro.

Aunque siempre en este País, cabe la posibilidad de que realmente no se pueda salir y que algún trámite de última hora haga fracasar el viaje, mi entusiasmo es grande y solo pienso en el futuro .

Ya estoy en el avión, me transpiran las manos y trato de mirar a la loza para descubrir a los míos entre aquellas personas que se atropellan en la terraza. Antes que el ruido estremecedor de las turbinas y la velocidad del despegue me concentren en Dios, le dedico a mi madre un último pensamiento: “Lo siento mami. Sé que el capitalismo no es el paraíso encantado, pero me consta que el socialismo, del cual estoy escapando, es el propio infierno”.



Fin