CORREO ELECTRONICO

martes, 23 de diciembre de 2014

"Navidad"





"Navidad"



Para Emelina Montes de Oca esta Navidad no será diferente. Sabe que unos enfrentaran el evento con recogimiento y espiritualidad, en cambio otros, con desmedido alboroto y ambiente de festividad. Está más que convencida de que La Habana no será distinta aunque el gobierno haya despenalizado el dólar y aceptado con remilgos la reunión familiar en esta fecha en particular, porque digan lo digan, para los de arriba, la religión seguirá siendo "el opio de los pueblos".

Ella, este veinticuatro de diciembre, madrugó como de costumbre, como si fuese una eterna necesidad. Se tomó su taza de café con leche y un pancito añejo roseado con almíbar casera hecha de canela y clavo de olor. Antes de salir de casa, echó en su cartera de mano dos javitas adicionales por si el destino le preparaba un alegrón. Desde la mañana anduvo de cola en cola buscando algo contundente o al menos un par de plátanos para salcochar. Recorrió los tristes y a la vez célebres puestecitos de la calle G, en la barriada del Vedado. La suerte la acompañó esta vez y viró a casa con yuca, guayabas y un pedacito de puerco que inmediatamente puso a cocer en el fogón. Luego, con una parsimonia inaudita escogió el arroz que le dieron en la bodega, grano a grano, porque no podía darse el lujo de despilfarrar la cuota del mes. A las dos de la tarde ya estaba almorzando. Confirmó la hora cuando se detuvo en el desvencijado reloj de péndulo que aún cuelga en su pared y sacó la cuenta de que para entonces su hija debería estar cenando con su familia. En España ya era de noche y se imaginó a sus nietos corriendo alrededor de algún árbol de navidad, lo mismo que ella haría setenta años atrás cuando sus padres la llamaban para acomodar a Melchor, Gaspar y Baltasar en al arbolito navideño confeccionado con un limón cualquiera del patio y blanquísimo algodón natural.

Pero su otro hijo, allá en California, estaría por despertar. "Unos van delante y otros irremediablemente detrás"-pensó mientras contaba con sus dedos fuertes aún, pero marchitos, la diferencia horaria que los separaba desde tantos años ya. Espera que la distancia no constituya pasado y olvido.

Ansiosa esperaba las llamadas. Quería ser partícipe de esa experiencia surrealista donde cada cual habla por su lado como queriendo deshacerse de sus contenidos importantes en forma compulsiva, en ocasiones con recriminaciones y resentimientos: "Ya casi no me llamas". Estaba convencida que el teléfono podría sonar en cualquier momento llenando la sala, su entorno, su alma con algarabía y ansiedad. Se atropellarían los diálogos apurados y el "¿tú me oyes bien?" se repetiría varias veces y entorpecería la fluidez de la conversación. Pero eso era lo de menos siempre y cuando se entrelazaran sus voces, sus risas, llantos y emociones. Y después de colgar se sentiría más liviana y al día siguiente mientras marcara en cualquier interminable cola de esta ciudad, llenaría a sus contertulios con verdades e invenciones propias de su estado emocional y natural.
Invadida por ese estado ansioso, se inventó muchas tareas durante la tarde y trató con cosas simples de esquivar el teléfono y su maldito auricular que no sonaba. Zurció unas medias, llenó los candiles de keroseno ante un eventual apagón, sacudió con detenimiento los péndulos del reloj, dio de comer por tercera vez al tomeguín, regó tantas veces las plantas que por poco las llega a ahogar. Buscó aparente estabilidad en los rincones y observó con detenimiento cada objeto heteróclito de los tantos que adornan su amplio zaguán. Ya caída la noche más fresca y tropical, cenó sola en calma pero sin paz. Después de fregar platos y ollas y acomodar dos o tres tarecos en la alacena se acomodó en su balance con vista al mar, se balanceó ininterrumpidamente y solo hizo una pausa obligada cuando el tocadiscos dejó de sonar, cambiando el longplay por otro lleno de boleros que ya había desempolvado con anterioridad.

Entrada la medianoche, vencida por el cansancio, se fue a acostar pensando que el amor se juzga por los resultados y no por las buenas intenciones. Miró por última vez con deje suplicante al mudo aparato que se negaba a sonar. Se fue a su habitación con pasos lentos. Apagó la luz de la lamparita de noche, sacándose las chinelas se tendió en posición de alerta en la cama.

Emelina Montes de Oca, tratando de evitar la soledad de esta cotidianidad, no sabía si culpar su situación al eterno embargo económico, a la dejadez de sus hijos, o a la precariedad de las comunicaciones en Cuba. Acurrucada en la almohada y rodeada por la penumbra y el silencio, rezó un "Padre Nuestro" y se echó a llorar.


Fin
Dic 2014