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sábado, 26 de octubre de 2013

“Remember”













“Remember”





“Remember” es como llaman en Camagüey a los moteles donde las parejas van a hacer el amor; en La Habana en cambio se denominan Posadas, pero como ellos son camagüeyanos de pura cepa prefieren ocupar sus propios modismos porque los hace más auténticos y los mantienen de alguna forma cercanos a sus eternas y sólidas raíces. Pero esta historia no es una postal y está lejos de ser recordada como plantea la palabra “Remember” en el inglés original, a no ser por su desenlace final.

Teresa y su marido están desde hace dos horas anclados a una fila que no es tan larga pero si duradera. Son nueve parejas, o mejor dicho diez contándolos a ellos que han desafiado el cansancio, la fina lluvia de la tarde y el fortuito apagón para poder disfrutar de un rato de paz y entrega. En su modesto apartamentico de la calle Veintitrés se ha hecho imposible consumar el idilio amoroso; los niños, los suegros, los padres, los de acá y los de allá, les estorban, y ellos se sienten vigilados hasta por sus propios muertos. Cada vez son más los que conviven con esta pareja joven. Los abuelos aún viven y se niegan a morir, los padres de ella también. Andresito, su hermano, aprovechó un viaje a España como miembro de una delegación deportiva y desertó, pero su pequeño cuarto fue invadido a los pocos días por unos primos que llegaron desde Santiago de Cuba sin previo aviso en busca de bienestar porque según ellos “¡En Oriente la cosa es peor, mi hermano!”.

Entre tantos parientes y ajetreo cotidiano no queda ni tiempo ni espacio para desatar pasiones ni cumplir con las obligaciones maritales, por tanto, Teresa y su marido dispusieron de unos ahorritos para desahogarse esta vez.

A Teresa no le gusta mucho la idea de estar parada en esta fila ventilando, sin llegar a hablar, sus verdaderas necesidades. Todos la miran, al menos eso cree ella, y se imagina que todos ya saben a qué ha venido a este lugar. Lleva en su bolso de mezclilla un par de toallas, una sábana blanca y algunos objetos de aseo personal porque sus amigas en el trabajo le han comentado que el período especial es general. Antes de salir atinó a echar en su bolso de cosméticos un jabón de tocador que compró a cincuenta centavos en el mercado negro, “A mí que me cuesta tanto ganarme doce dólares al mes”. Es cierto que el estado le provee de otras necesidades como el tubito de pasta dental mensual; pero el cepillo de dientes que le toca una vez al año y el papel higiénico que reparten tarde mal y nunca, esos sí que hay que ahorrarlos de verdad. Su madre, que será vieja pero no tonta, le entregó un manojo de servilletas “por si acaso” y le preparó un termito con café criollo, en cambio a él le dió una petaquita de ron y una lata de Tropicola para que se fuera entonando.

El día había sido agotador, durante la mañana ambos tuvieron que participar en el desfile del Primero de Mayo, en la histórica Plaza de la Revolución. Ganas no tenían de asistir al rutinario evento pero en el caso de él era imposible escabullirse. Si no lo veían en la manifestación, al día siguiente el dedo índice acusador de su jefe de planta sería implacable. Ella por su parte tenía que dar la cara en su cuadra por el resto del familión. Estaban cansados de tantas marchas e innumerables reuniones durante todos estos largos meses donde Cuba pareció olvidarse de la escasez, para centrarse en el tema del niño ícono Eliancito. Los dirigentes se sentían más cómodos en el terreno del ambiente ideológico que en el abastecimiento de la población, y ellos tenían que seguir el ritmo sin miramientos. El discurso del Comandante se les hizo eterno pero les reconfortó soñar con la noche que tendrían llena de pasión, brío y emoción. Esta noche podría ser el inicio de la renovación de la vida sexual, dejando atrás el aburrido patrón del silencio obligado y la abstinencia involuntaria. Llegó el momento de acelerar el pulso con un poco de buen sexo, original y privado, porque no estaban en la edad de andar por los parques o por el malecón, inyectándole factor sorpresa a la relación.

Y acá están varados en la acera, ansiosos por un lado, angustiados porque de repente puede llegar algún cuadro importante en carro y les joda en un dos por tres el orden de la cola. Ambos están recostados al ancho muro cubierto de una fina enredadera, que separa el recinto de la estrecha calle. Él, con las rodillas flexionadas, apoya su espalda en la muralla. Los hombros los mantiene erguidos, las piernas ligeramente separadas, haciendo malabares para espantar mosquitos y al mismo tiempo sostener a su mujer, quien descansa sobre él con sus pechos firmes y excitados, amarrándolo con sus piernas de mulata exuberante. Ella sostiene una mano en sus omóplatos, y el otro brazo, desde donde cuelga un sinnúmero de pulseras multicolores, lo mantiene alrededor del cuello de su tierno y fuerte marido. Él se muestra agresivo pero nunca imprudente, rápido pero no apurado, dulce balance para reforzar a su pareja su pasión. Pasión que se ve interrumpida cuando de repente sale la encargada del Remember “Compañeros, les advierto que si vuelve el apagón, se complicará la cosa”

-¿Y para qué queremos luz, compañera?. - Alega alguien.

-Mire, deje las jocosidades para otra ocasión, el problema es que si se va la corriente, también se va el agua.

-¡Ay mi madre, eso sí es un problema!

El comentario ha hecho que las parejas se acerquen más y la fila se acorte como resorte maltrecho. Mientras esperan, un muchacho, el último en la cola que ha llegado en una bicicleta china con su pareja emparrillada, comparte sus cigarrillos con el resto del grupo:- “Estos son de la Yuma, verdadero vacilón”

El marido de Teresa ya ha intimado con el hombre que está delante y discuten sobre el período especial y la responsabilidad y necesidad de mantener activa la cadena “Puerto-Transporte- Economía interna”

-¿A qué tú te dedicas chico?.

-Yo lo mismo corto caña que trabajo en la construcción. Ya tú sabes. Estoy donde me mande la Revolución y se vea el billetico a fin de mes.

-Yo administro una pastelería, lo mío es la alimentación, te voy a dejar mi número por si acaso necesitas algo.

Teresa abraza nuevamente a su marido y le sugiere que no converse más porque lo menos que quiere es conocer gente y hacer amistades en estas circunstancias. “Te imaginas que me encuentre en esta fila a mi jefa o a un profesor de Robertico. ¡Qué barbaridad!”

El tiempo pasó lento, la noche se tornó más húmeda. Y cuando les tocó su turno ya Teresa tenía los pies acalambrados y se arrastró como pudo a su otro humilde rincón si así se podía llamar a aquella deteriorada habitación de la ilustre Posada. Cuando entró la pasmó el olor a fumigación. Se moría por darse una ducha para sacudirse la humedad de La habana, pero el agua apenas si llegaba como escuálido chorrito al grifo del lavamanos. Corrió con desdén la cortina de baño y exclamó: “¿Te acuerdas mi amor, aquella vez que te ganaste una noche en un hotel para extranjeros, donde hasta agua caliente había?

-Claro que me acuerdo, eso fue como hace cinco años, allá en Morón-acentúo él casi bostezando.

Teresa tenía otra idea de las posadas. Un poco romántica y lujuriosa, porque sabía que era lugar, desde mucho antes del triunfo, donde el placer convivía con el buen gusto, un sitio usado más para la infidelidad que para cubrir la necesidad. Y mientras observaba cada esquina, husmeaba el techo descacarañado y se fijaba en las descuidadas baldosas, su marido se tendió en la cama después que ella colocara la sabana almidonada por su madre con tesón. Ella se acercó a la radio desvencijada que reinaba como único elemento decorativo sobre la mesa de noche, trató de sintonizar alguna música en la radio pero solo Radio Reloj daba la hora. Teresa se acercó al tocador. El espejo, el único en la habitación, estaba trisado, el lúgubre bombillo del tocador dejaba ver su cara en cuatro pedazos, fragmentado, como su vida. En lo que ella se demoró en el retoque del maquillaje, el marido se había quedado rendido de un tirón y para no molestarlo ella se tendió a su lado, luego sorbió un traguito de café y se paró nuevamente frente al maltrecho espejo a retocarse su peinado.

Cuando se disponía a sacarse su ropa, la compañera encargada tocó la puerta recordándoles que le quedaban solo cinco minutos. El marido despertó de un salto y reclamó algo ininteligible. “En este país todos tienen los mismos derechos, compañero” gritó la encargada desde afuera.

Antes de la media noche estaban volviendo a casa. Varios vecinos estaban reunidos en la entrada del edificio, debajo del único farol jugando dominó y abanicándose para espantar el calor de este Mayo que recién comenzaba. Los compañeros del Comité de Defensa de la Revolución que todo lo saben y lo que no, lo intuyen, les gritaron:

-Estos tortolitos vienen de un lugar que ya adivinamos.

-¡Candela mi hermano!- exclamó otro sonriendo, añadiendo a su comentario un gesto de sarcasmo y una mueca lujuriosa.

Ellos sin sonrojarse se abrazaron apasionadamente, se miraron con complicidad y se largaron a reír, mofándose de sus propias penurias y calamidades. Y sus risas se expandieron al resto de los allí presente que no eran pocos, y a los inquilinos de los edificios aledaños y así de boca en boca se corrió el chisme, de barrio en barrio pasó la noticia del idílico amor en el Remember del Vedado, sacando a la gente a los balcones y muchos a las plazas, que sin razón aparente no paraban de hablar y reír, multiplicando por doquier carcajadas, contaminando con su simple pero estentórea risa a esa hora de la noche a toda la ciudad de La Habana.

FIN