CORREO ELECTRONICO

lunes, 6 de mayo de 2019

"Vorágine"


"Vorágine"
¡Qué mañana!. Como de locos, delirante frenesí de interpretaciones de la cotidianeidad cubana. Con Isadora estamos escuchando y observando los movimientos que han roto con este armonioso clima de paz que reinó, creemos , hasta nuestra llegada. La puerta de par en par deja pasar un intenso haz de luz, coloreando las baldosas verdes y azules de la sala. Por momentos penetra intempestiva una brisa con sabor a sal que viene del malecón, esparciendo por doquier las partículas de mar que se han desprendido de su masa natural producto del enfrentamiento entre el océano iracundo y las grandes rocas de la orilla.

El teléfono no ha dejado de sonar, cosa rara en este país donde se supone el servicio es pésimo. Marlene acaba de regresar sin poder conseguir el pasaje a Sancti Spíritus. Se tira literalmente al sillón, dejando la cartera a un lado, se descalza y se frota los pies mientras explica que el jefe de la terminal, independientemente que haya encontrado muy bueno el café que sólo Maria Rabassa sabe colar, no ha podido venderle un maldito boleto. “No es que no quiera resolverte muchacha, pero con tantos palestinos aquí en La Habana, queriendo viajar a Oriente, está todo ocupado”

“Me ha dicho que vuelva mañana a ver qué hacemos. Yo me pregunto, si acaso no le estará gustando mucho el cafecito a este camajàn”. Acto seguido aclara “Si no fuera porque otras veces me ha resuelto pasajes a Camagüey, pensaría que me está cogiendo para el trajín. Ya llevo dos madrugadas y dos coladas de café sin resultado”. Al percatarse de la cara de desencanto de María Rabassa, que ha querido sumarse al monólogo aclara-“La puerta aún no está cerrada, por tanto no podemos abandonar la ilusión del viaje”.

Maria Rabassa se seca las manos en un pañito de cocina que lleva colgado al hombro sobre su impecable blanco delantal. Las manos no están sucias, su gesto es resultado del nerviosismo que ha acumulado pensando en que no se pueda concretar el viaje. Hilda, su hermana, ha estado alimentando el puerquito desde hace cuatro años. Cuando se enteró que Manolito llegaba a Cuba, decidió que era la ocasión precisa para matarlo. “Este es un puerco muy especial, alimentado con cáscaras de plátanos y calabazas hervidas”.

Pedro es más práctico. Eso dice él, mientras se fuma un cigarrito de esos que se venden en el mercado negro o sólo se ven en la vidrieras del aeropuerto o en el “Mercado para Diplomáticos” de Miramar. “las cosas se dan de inmediato, o no se dan definitivamente”. Deja a un lado el cigarro y se lleva a la boca un vaso con ron que degusta con evidente placer. Sosteniendo el vaso a la altura de la cara, escudriñando el contenido del mismo, haciéndolo girar para ver el movimiento cadencioso y disfrutar el sonido espontáneo de los trozos de hielo asevera: “Marlene; aquí la cosa es matando y salando, de lo contrario, si el compañero no me resuelve y anda con bobería callejera, yo lo plancho para siempre ”.

Cambia el vaso por el cigarrillo y continúa: “Mira, mientras se resuelve el cuento, llevemos a tu hermano a comer sabroso a algún restaurante de esos que administran mis amigos. ¿Para qué carajo están los cuadros del partido? Dame acá el teléfono, que voy hacer unas llamaditas, y tráeme la agendita que está en la mesa de noche”.

Marlene sube a su pieza a despojarse de tanta ropa, cambia su atuendo de oficinista por unos shorts cortos y pullover a rayas. Deliberadamente baja descalza, los zapatos proletarios la han torturado durante toda la mañana. Le tiende a Pedro una libreta de apuntes y se acomoda a su lado.

Pedro disca un número pero la comunicación no resulta a la primera, malhumorado cuelga el auricular e intenta nuevamente. De repente reacciona con desmedido entusiasmo: “Oye Pepe, que tengo a mi cuñado de Chile y necesito me resuelvas una entrada a algún restaurante. Ya tú sabes!, No, a ese no, porque no somos poca mierda, a uno bueno de verdad, de acá del Vedado, es que con lo cara que está la gasolina no podemos darnos el lujo de andar muy lejos. Respetemos el período especial. No, tampoco a ese, búscame uno normal donde no haya jineteras mosqueando ni puterìa en bandeja porque él anda con su hijita y no corresponde que vea espectáculos impropios para su edad”- ha hecho una pausa para respirar o escuchar al interlocutor. “Mira, el problema es tuyo. Resuelve y llámame de vuelta que tú sabes que yo soy de los que va siempre para adelante, para atrás ni para coger impulso.” Hay semejanza entre el tono y el humor.

Marlene le tiende la mano pero no para arrebatarle el trago:
“Oye Pedro pásame el teléfono que tengo que contactar a la niña de los helados”. Sin que nadie diga nada aclara “Oye si no me va a hacer ningún favor, yo le pago quince pesos por cada tina” –mientras espera el tono, estira su brazo sobre la rodilla del marido y expone sus planes. “Esta tina de helado es para acompañar el cake que tú tienes que encargar para el cumpleaños de Isadora” –cuelga el teléfono-“Comunícate con tu amigo ahora”

“Oigo, ¿Andrés? Te llamo para confirmarte que te tengo listo el pedido de croquetas que querías resolver para la fiesta de quince de tu hija. No, olvídate de eso, esta es la mejor masa que hayas probado y nada de spam chino ni jurel chileno, te estoy hablando de jamón español, chico, de ese que llega a la isla de vez en vez por Iberia y que emula sólo a las exquisiteces que encarga quien tú sabes. Tú dime la cantidad que necesitas que yo te la duplico sin remilgos. Olvídate del dinero, cómo se te ocurre pagarme, para qué están los compañeros. Además tú quedaste en conseguirme un cake para mi sobrina chilena que la tenemos acá y está que llora por llevarse un pedazo de pastel cubano a la boca. Ocho añitos chico, no la puedes privar de ese cake tan bueno que tú haces. ¿chocolate?. Obvio, y mucha crema. Tú dime la hora y yo mando a alguien en el carro a buscarlo. De acuerdo”.

Marlene me recuerda que está por llegar la mujer que vende juegos de tazas de café a mitad de precio. Son las mismas que yo quise comprar en la shopping del Hotel Habana Libre para llevarlos de recuerdo a Chile, pero mi hermana me frenó el ímpetu comentándome que tenía un amiga que trabajaba para unos diplomáticos y que vendía de cuanto Dios inventó, pero mucho más barato. “Eso si, cuando venga, tú te escondes porque esa tiene buen olfato si te ve y descubre que vienes de afuera te dobla el precio. Tú mantente distante que yo regateo”.

Maria Rabassa se sienta un rato y aclara que “no a descansar” porque ese verbo nunca la ha hecho sentir cómoda. Ha dejado casi listo el almuerzo y se dispone a zurcir. Toma unas medias que coloca con maestría sobre un bombillo para facilitar la tarea. “Te das cuenta niño que cada cierto tiempo volvemos al estricto arte del zurcido?”

“Cuando era una niña, así como Isadora, yo ayudaba a mi madre a zurcir. Nos sentábamos ambas sobre unas cajas de cervezas, que ocupábamos como banquitos, debajo de una mata de mango. Allí estábamos tardes enteras hasta que regresaba papá del corte de caña. Éramos ocho hermanos y no teníamos recursos. Después, enfermó de parásitos una hermana menor que murió por falta de atención médica y quedamos siete”. Sin que lo mencione , creo está recurriendo a ese periodo calamitoso de su vida cuando eran desalojados por la guardia rural de su ranchito y salían por la línea del ferrocarril con los bártulos a cuestas hasta encontrar terruño que los acogiese.

“Pero en la década del cincuenta eso había quedado atrás. Tu padre era muy exigente y remilgoso, podía andar lleno de grasa, por eso de la mecánica, pero con medias nuevas y nada de remiendos”. Suspira removida por el recuerdo- “Ganaba bien y podía darse esos lujos. Después llegó la revolución y de nuevo recurrimos a esta ingrata tarea, fue como un retroceso. Con mi amiga Ana Nieves, también compartí muchas tardes de zurcido, todas diría yo, hasta que ella se fue definitivamente a Miami. Yo creo que Ana Nieves nunca más tuvo que zurcir. ¿O si, dices tú?.
Nunca más supe de ella porque se agusanó y se olvidó de nosotros. Después con las mercancías rusas tuvimos unos años de bonanza que duró hasta que se que cayó el famoso muro y se nos vino encima el eterno período especial y el desabastecimiento total de las tiendas”

Pedro interrumpe su discernimiento “No se queje tanto María Rabassa si hoy va a comer cake y helado sin tener que moverse de la casa”

Maria Rabassa comienza a guardar sus enseres y después de suspirar con la vista fija en el malecón, donde acaban todos los pasos y donde comienza el mar, expone con voz tenue: “Cierto, en este país no se acuesta nadie sin comer un bocado. ¿A qué hora traen el cake, me dijeron?".


Fin