CORREO ELECTRONICO

miércoles, 5 de abril de 2017

"Mujeres de Combatientes"



" Mujeres de Combatientes"



-¿Dónde estás, caballero el más fuerte,
caballero del alba encendida?
-En la sangre, en el polvo, en la herida,
en la muerte, señora, en la muerte.

Pasó lo que nunca Antonia quiso. Ya va para un mes que se presentaron a su puerta dos compañeros de seguridad para ofrecerle apoyo “en estos duros momentos”. Después de tanta agonía y espera, simplemente estaban oficializando la muerte en combate del compañero Edwin, su esposo, quien se había destacado hasta el final de sus horas, en la construcción de un futuro justo. “Coño, mierda , mierda, mierda”, fue lo único que alcanzó ella a gritar y sumida en su dolor se tiró en el sofá con la vista fija en el reloj de pared y el limón del patio que también lloró. La impotencia, la infelicidad, el rencor, todo junto se abalanzó sobre ella, tejiendo colores lúgubres y chocantes, haciéndole retorcer en el pasado y en los sueños irrealizables del futuro. Porque la guerra la privó de él y de sus sueños, de lo sencillo y lo armonioso.

“Ahora está usted libre para rehacer su vida”-, dicen los compañeros de verde olivo, como si ellos fueran los verdaderos centinelas de sus sentimientos. ¿Libre para qué? . ¿Para borrarlo de su pasado?. ¿Para echarlo a un lado como que nunca hubiese existido?. ¿Y dónde mete los recuerdos, dónde los sinsabores?. ¿De qué le sirve tener sus documentos, si no tiene su presencia? Con él no habrá más mañanas, porque una idea fatua se ha llevado su cuerpo. Está destrozada y malhumorada. Se suma a esas madres y mujeres sin tumbas, que llevan ofrendas escondidas al malecón, para honrar la memoria de sus seres queridos, que tratando de salir, perecieron en el intento. Ojala sea un transitorio desafio, y mañana, todas juntas puedan compartir las penas silenciadas.

Ahora entiende a Margot, la negra del barrio, que se le ve cada domingo hablando con el mar, mirando perdida el horizonte, buscando en la aurora las respuestas que su marido no le pudo entregar, porque las ráfagas de metralla lo mandaron al Más Allá. Los sueños de esa pareja quedaron sepultados en Angola; los de Antonia en Nicaragua o El Salvador, quién sabe a ciencia cierta dónde.

Dicen de Margot, que está loca, que murmura incoherencias, que rehusó asistir a la Plaza de Revolución para participar en un acto de recordación a los combatientes desaparecidos. Lo cierto es que las autoridades, además de al marido, le quitaron el derecho a pertenecer al Partido, por irrespetuosa. Sencillamente la sacaron del proceso por querer protestar, por increpar a los que la cuestionaron todos estos largos años que estuvo esperando. ¿La castigaron por no saber esperar?. Se entiende que no supo manejar la situación con más recato, dentro de los cánones de nuestra sociedad y el estricto orden político. A Antonia le consta, que cuando le avisaron a Margot que su marido había muerto en combate, ella, de un tirón le arrancó las pañoletas “Pioneros Comunistas” a sus dos hijos quienes en ese instante regresaban de la escuela. Luego, hizo una pira con las rojas insignias y un uniforme verde que guardaba del esposo. A Antonia le contó, que ese overol verde, lo había usado su marido cuando cortaba caña en los campos de Camagüey. Se había sumado con inusitado entusiasmo al ajetreo del año setenta “¡Los diez millones, van!”. Otra utopía socialista.


Camagüey, y lo que tenían de común hasta ese entonces, las unió en largas charlas y reflexiones hasta que la novedad obligó a Margot a refugiarse en su propio silencio. A veces se le escucha gritar de rabia. Se ha vuelto intolerante e irascible con la gente que se acerca a consolarla. Se mantiene largas noches en vigilia gracias a las dosis de pastillas que consume. Quiere, según ella, solo ayuda del mar.

Antonia la observa y se pregunta si estará buscando su paz en el océano. ¿Quién sabe si una ola le devuelva, uno de estos días, su orgullo, su cordura y recobre con ellos su mérito, su autoridad y respeto?. ¿Volverá a ser la misma de siempre o seguirá refunfuñando contra el gobierno desde su ventana y gritando palabras soeces a cuanto miliciano o militar, que para el caso es lo mismo, ve pasar por debajo de su balcón?

Estas son historias que se entrelazan. Margot extraña de su marido su sonrisa, su olor a tabaco, sus cenizas ; Antonia, de Edwin, su rutina, su pasión, su fe. “Estudio, Trabajo, Fusil”, su consigna permanente.

Antonia y Margot se atormentan cada una por su lado. Antonia no recibe aliento ni de su madre, aunque esté mal decirlo, quien consideraba esa relación como un bulto importante e innecesario para una joven mujer. Para ella todo es borrón y cuenta nueva. Él nunca fue santo de su devoción, hecho raro, si se considera que ambos profesaban iguales ideales. Visto desde su óptica, está superado su mal paso. “Hay ciclones peores”. Al fin y al cabo “La Habana tiene muchos más habaneros”-le dice su madre.

Antonia reflexiva se revuelve en sus recuerdos y repasa, para acallar su llanto, un poema de Nicolás Guillén;

“Pero las voces me vigilan,
Me tienden trampas, me rodean
Y me acuchillan y desangran;
Pero las voces se levantan
Como unas duras, finas bardas;
Pero las voces se deslizan
Como serpientes largas, húmedas;
Pero las voces me persiguen
Como alas...”

FIN