CORREO ELECTRONICO

lunes, 21 de abril de 2014

“Los zapaticos carmelitas”












“Los zapaticos carmelitas”


El instinto de tener algo siempre presente la traicionó. Y viajamos entre otros souvenires a esta otra parte del mundo. ¿Te das cuenta que no ha sido fácil?. De vez en vez, generalmente después de cada invierno cuando arreglan el closet y él vuelve a descubrir que no nos ocupa y además, lo más tragicómico, cuando se percata que nunca nos ha ocupado, vacila en desecharnos para siempre. Es ahí cuando me entran escalofríos. Por suerte aparece ella alegando que tenemos historia, mintiéndole a él y a sí misma para conservarnos a cualquier precio.

“Es un recuerdo”- expresa con convicción.

Instintivamente está respondiendo a las ataduras del ayer. Y él sin inmutarse dice que ya volverán algún día a esa isla, después que pase esta crisis que tiene a muchos españoles haciendo filas en busca de empleos. Que mientras se arregle la cosa económica podrán seguir yendo a ese bar bohemio de la esquina donde de repente se encuentran con cubanos disidentes llenos de historias, algarabía, canciones y boleros cebolleros.

“O te compro un disco de Pablito Milanés, o si prefieres te preparo un ron con la yerba buena que crece en el balcón”. Y ella sigue ordenando su armario y mirando sin ver porque está muy lejos. Y él no entenderá nada por mucho que se esfuerce en agradar a su mujer. “Ahí está la ausencia difusa pero permanente”-Suspira ella.

Y mientras el marido escarba cajones y mulle cojines ella se refugia en el pasado, recuerda que esos zapatos los compró por ciento veinte pesos que en ese entonces era un tercio del salario de cualquier cubano común y corriente, una suma por lo demás considerable. Los zapatos estaban relucientes en la vitrina de las pocas tiendas que pertenecían al denominado mercado paralelo. Paralelo a qué, ella nunca lo supo, tampoco ellos, los isleños, que se enfrentaban a una de las crisis más crudas por las que habían tenido que atravesar durante todos esos años de revolución. Recuerda que visitó varias de esas tiendecitas sin entender realmente el precio y las colas y tanto cubano alborotado por adquirir productos tan caros de dudosa calidad.

Mientras su tierno marido se deleitaba con alguna palmera, que eran muchas, y cada flor, ella acompañaba cada guiño, cada gesto del guía de turismo. Fue allí en Cienfuegos, una ciudad varada en el tiempo, repleta de iglesias sin culto, plazas sin toros y paseos llenos de niños de rostros felices, almidonados y pulcros vistiendo rojas pañoletas, ajenos al ajetreo cotidiano de los adultos que se empujaban aquí o allá en cualquier cola para lograr comprar algo, donde sintió la necesidad de contar con algo que le recordara a ese joven, del cual se había prendado sin necesidad aparente.

El joven guía contó sus ahorritos y se dispuso a entrar a la tienda de calzado. Ella en lugar de seguir a la masa de turistas rumbo a la plaza central y aguardar sentada bajo cualquier frondoso árbol, prefirió continuar su aventura mañanera. Siguió tras el guía negro, alto, fornido, de finas y exóticas facciones con blanca guayabera y dialogo dulzón de corte caribeño, que la había embrujado. No se contuvo y compró los mismos zapatos color marrón que el encantador guía había escogido para sí, so pretexto de que a su esposo le gustaría llevar a España algún recuerdo de este lujurioso y tempestivo viaje. El marido nunca entendió nada.

El guía y ella, ambos, salían cada uno con iguales zapatos del lugar. Afuera el tumulto de gente se agolpaba para ver como apresaban a un borracho por decir en voz alta que en Cuba había hambre. El borracho se aferraba a su lata vacía de cerveza “Bucanero” que le servía para beber y al mismo tiempo para recibir su limosna, y ellos, estupefactos, a sus respectivas cajas de zapatos.
Y ella incrédula ante la acción de la policía, volvió su mirada donde el grupo de pioneros comunistas, porque en esas sonrisas estaba la vida celebrada y bendecida. Y cuando llegó donde el marido y le tendió el paquete, éste no le agradeció. Y lo más terrible y peor aún, él nunca entendió nada.

-¡Ay chico, yo no recordaba tanto! -comentó el zapato derecho.
-Para eso estoy acá, a tu lado, para refrescarte la memoria y escarbar en el pasado-acentuó el izquierdo.
-Entonces nosotros seguiremos en este triste y lúgubre desván eternamente.
-Y nos lustrarán de cuando en cuando, por lo menos ella, cuando quiera volver a recordar la voz del guía cuando decía “¡Al fin tengo los zapaticos carmelitas que desee tanto!”.

FIN





Comentario: Foto "Par de Zapatos" de Vincente Van Gogh