martes, 7 de agosto de 2018
"Esquivo equilibrio"
"Esquivo equilibrio"
Apenas son las seis menos cuarto. LLego a mi pulcro
y bien amoblado departamento. Dejo el maletín sobre el atiborrado escritorio de
libros y papeles. Me saco los zapatos y los calcetines y dejo respirar mis
dedos atropellados durante todo el día por tanto andar y calor. Apago el
celular para no ser molestado, lo mismo hago con el teléfono de red fija, lo
desconecto, no quiero ver violentada mi intimidad por un desagradable e
insistente ring. Cambio la tenida de ejecutivo por una camiseta deportiva y un
holgado short. Me detengo en el retrato de mis padres que conservo sobre el
velador. Respiro profundo. Me dirijo a la cocina, extraigo de la heladera una
lata de Coca Cola y un limón, rebano el cítrico, saco pequeños trozos de hielo
y cierro nuevamente el congelador. Me paro frente al bar, contemplando las
botellas Vodka Smirnov, Popov, Stolichnaya. Pienso: “Moskovskaya es la mejor”.
Finalmente me decido por un ron, Bacardí, que dicho sea de paso, bien poco que me
ha durado esta semana.
Vierto en el vaso unas cuantas líneas y me voy a
sentar a la terraza. Afuera hay un ruido ensordecedor. La bulla en mi barrio de
antaño también era incesante pero con un ritmo distinto e inigualable. Evoco el
ayer y saboreando el trago me dejo llevar por la nostalgia. Creo haber
escuchado algo así como “Juanito, se acabó el pan” y luego “Compañeros
recuerden que hoy toca apagón”. Pero todo esto es solo alucinación. Regreso al
presente inmediato. Concentro la vista en tanto ir y venir de la gente allá
abajo. A través de las ramas de los árboles que cada vez están menos copiosos y
más amarillos, repaso los anuncios y letreros lumínicos que ya comienzan a
encenderse. Los departamentos del edificio del frente están comenzando a iluminarse.
Mi vista se regocija con tanto orden y pintura. Acá no hay ropa colgando de los
balcones. Todo es sobrio.
Sorbo el trago. Me doy cuenta que falta música.
Vuelvo al living y sin mucho escarbar extraigo un disco de Buena Vista Social
Club, ese grupo que descubrí, una tarde como esta, en un cine de Ñuñoa.
Parte la música. Ahora la cosa está más amena. Ahogo
el ruido de Santiago con los parlantes de última generación. Lo tengo todo. He
logrado la atmósfera ideal pero presiento que me sigue faltando algo. No estoy seguro.
Me falta quizás el ambiente cumbanchero de mi tierra, el sabor de mi barrio, el
traqueteo de mi aparatosa callecita habanera, la mesa de dominó, el perro que
jugaba con su amo, sin amarras, la negra con los moños de cartón, el permanente
olor a mar. Me falta encontrar definitivamente el esquivo justo equilibrio.
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