-Hola chico, soy Clara.
Ambos sabemos que no es su nombre. Sin dejarme hablar, ni presentarme, continúa clavando en mí sus ojos color canela y miel.
- Es que tienes una cara de chileno que no despistas ni a María Santísima.
Qué graciosa, pienso mientras le tiendo la silla para que se acomode.
-Pero aquí hay muchos foráneos -reclamo en tono afectuoso.
Ella se acerca más dejándome interpretar su olor a jazmín encendido. -Pero tu cara pálida y postura distan muchísimo de las de los mexicanos, españoles o italianos.
Sonrío. El lenguaje misterioso de su mirada se trasforma en un guiño.
- ¿Sabías que los chilenos se distinguen a media legua?.
-No te creo- le enrostro.
-Comedidos, discretos- hace una breve pausa y sigue- circunspectos, apagados, atrapados en sí mismos.
Suelto una carcajada y le digo:
-Gracias por la sinceridad. ¿Algún adjetivo más?.
-No, suficiente para empezar- ríe con picardía.
-¿Te apetece algo?; qué se yo, ¿un trago quizás?”- le ofrezco con genuina caballerosidad.
-Gracias chico. Una Tropicola fría no me haría mal.
Le hago señas al mozo para que tome el pedido pero éste, lento como el verano tropical ni se inmuta.
-Con este calor de madre me refresco y suavizo mi mal humor y temperamento. Me retrasé un poquitico porque estuve largo rato en una maldita cola que no avanzaba. Al final tuve que posponer la compra del pan para la vuelta o para nunca jamás. Hay que saber priorizar entre lo urgente y lo importante. Eso también lo aprendí en las eternas y tediosas clases de Marxismo-leninismo-.Se ríe y esparce su amplia carcajada.
Me habla tupido del aumento de la desigualdad, que cada vez más se aleja del bienestar por el que pelearon sus abuelos, que hay más tensiones menos recursos, menos consuelo, que la estabilidad económica no es tal, la voz se le quiebra y me pide que no le haga caso que el tiempo y la lluvia la tienen mal.
En la barra una gordita con sabor entona boleros de antaño, mientras unos turistas coquetean con sus regías y exuberantes mulatas, todos ensimismados con la llovizna, el calor, el amor y el mar.
Ella mirando el libro me dice casi susurrando- Primero le costará gatear, luego se incorporará firme y seguro, caminará erguido y se multiplicará. Mañana mismo bajo esta ciudad salpicada de sol echará a andar de mano en mano sin parar.
En eso se acerca el mozo. Ella, antes que éste pregunte qué deseamos tomar, cambiando de parecer me dice:
-¿Sabes una cosa?, pensándolo bien prefiero un CUBALIBRE para brindar de verdad- y mirando fijamente el libro de igual nombre, camuflado bajo el papel de regalo exclama- Aunque a algunos les duelan las palabras, has nacido para vivir y volar.
FIN