lunes, 2 de marzo de 2015
¡Déjenme aquí otro rato!
¡Déjenme
aquí otro rato!
Capítulo
I
Marlene
está entusiasmadísima, tiembla de alegría. Se nota en el brillo de
sus ojos, en el destello de sus grandes pupilas dilatadas porque no
puede creer que por fin haya amanecido en Santiago de Chile después
de haber volado desde tan lejos. Noche a noche desde hace más de
quince años estuvo soñando ansiosamente con campanas que anunciaban
este gran momento. Cuántos trámites y sinsabores para salir en
calidad de turista de su Cuba amada, a pesar de que ella había
escalado un peldaño como “empleada destacada” en su empresa. En
las asambleas de la emulación socialista, habían resaltado varias
veces sus méritos, últimamente le habían otorgado un refrigerador
ruso que harta falta le hacía, e incluso muchos años antes, se
había ganado una bicicleta china que decidió vender porque no se
veía pedaleando con tanto calor indomable por la maltrechas calles
de La Habana.
En el
Comité de Defensa de la Revolución, ni el vigilante, ni el resto de
los cuadros del Partido, podían decir nada negativo de ella pues si
bien es cierto en el último período escurridizamente dejaba
abandonada su guardia cederista con algún pretexto, porque ya no
estaba en edad de andar trasnochando para cuidar los tiestos del
vecindario y la bodega de la esquina que siempre estaba vacía, en el
resto de las actividades participaba activamente. Si había que salir
a marchar a la Plaza de la Revolución, marchaba de las primeras, y
si había que aplaudir en las reuniones, aplaudía con sobrado
entusiasmo. En su vetusto edificio decimonónico era ella quien
estaba pendiente de mantener la limpieza de la escalera para espantar
orinas y sudores fosilizados. También era la encargada de que el
motor estuviese en buen estado para que no faltase agua. Estaba al
tanto de que alguien de vez en vez chapeara el maltrecho jardín y
desmalezara la desgarradora entrada. Consiguió en el municipio, a
punta de pomitos de café, unas vigas para apuntalar el techo y las
columnas sombrías que anunciaban frívolamente que querían ya
venirse abajo sin esperar una próxima primavera.
Marlene
estaba en todas, excepto en eso de andar gritando consignas y
tirándoles huevos a la gente, a esos que llaman desafectos del
sistema. Qué vergüenza- pensaba- participar en un acto de repudio
contra un vecino aunque digan que se lo merece, y al día siguiente
con signos de dolor tener que topárselo en la cola del pan o del
pollo como si no hubiese pasado nada. ¡Además, con lo escaso y caro
que están los huevos actualmente! Yo creo que eso y el hecho de que
su hija estuviese en Miami impidieron en su momento que ella pudiera
avanzar en las reuniones de crecimiento. Descarta absolutamente el
hecho de que no tenga la foto del gran líder en el centro de la
sala, como la mayoría que ve en ese gesto el grado de compromiso con
la Revolución. Es cierto que tuvieron en su casa hace muchos años
un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, pero fue sustituido en el
sesenta y pico por la foto del Che cuando la religión se convirtió
en pecado nacional. El cuadro del Comandante Guevara, venerado por su
madre y maltratado por el paso del tiempo, estuvo decorando la casa
por más de tres décadas hasta que las polillas terminaron
engulléndolo. Desde entonces y hasta la fecha se centraron solo en
fotos familiares. No por eso dejó de ser verdadera revolucionaria.
Al menos tiene la satisfacción que se manifiesta tal como es y no
como algunos en el barrio y en el trabajo, que practican las dobleces
como estrategia de ascenso y única manera de supervivencia. No le
interesan los cargos, mucho menos las medallas; lo de ella es
trabajar y ganar para comer. En los peores momentos Marlene ha
estado al pie del cañón y cuando ella dice “en los peores
momentos”, levantando el tono y al mismo tiempo el brazo derecho
con el índice de la mano en ristre, se refiere a toda su existencia
o por lo menos a gran parte de ella, porque desde que tiene uso de
razón, a excepción de breves períodos de bonanza socialista, el
resto ha sido de hacha y machete, o sea muy difícil.
Lo
importante es que gracias al levantamiento de algunas restricciones
logró salir y ya está en Santiago de Chile, este otro Santiago de
clima seco, mucho cemento y eterna cordillera. Muchas han sido sus
impresiones, todas positivas desde su llegada y no ha parado de
hablar, observar y comer. En su primera salida de vitrineo algo así
como andar de escaparates, lo primero que se compró fue una bufanda
con unos elefanticos plateados en sus puntas para la suerte, suerte
que quiere conservar mientras esté junto a su hermano compartiendo
su familia, su entorno, su vida.
El barrio
Providencia donde se aloja es muy movido, se nota mucha circulación
vehicular, mucha gente que viene y va, hartos negocios, mucha
propaganda pero de otro estilo. Curiosamente no ha visto letreros
como “Con ahínco y tesón cumpliremos la producción” “Viva
el socialismo”, “Mar para Bolivia” “Comandante eterno y
supremo” refiriéndose este último al recién fallecido Comandante
Chávez. Es raro, es como estar en otro continente. En Cuba se
respira tanto latinoamericanismo y acá por el contrario hay un aire
diferente que cree acabará entendiendo solo con el paso de los días.
En un cuaderno que le regaló su sobrina empezó escribiendo: “Me
duele la cabeza de ver tanto de todo, demasiada información de un
solo golpe, esto es capitalismo en su máxima expresión y lo demás
es bobería. “¡ Ay mi madre!!”
Capítulo II
El mes pasó
volando, tan rápido como el avión que la llevó de vuelta a su
amado terruño. Ahora en La Habana, escabullida tras un minúsculo
abanico para aplacar la plaga maligna del calor, que no será el de
agosto, pero jode igual, comparte con una amiga sus vivencias.
Oye chica,
no te voy a hacer leer mis apuntes porque son muchos pero trataré de
resumirte mi viaje con la esperanza de que logres captar la dimensión
de las cosas. ¿Tú me entiendes? Y hablando de dimensión tengo que
trasladarme al mall Costanera Center, un centro comercial, algo así
como el Ten Cent pero diez veces más grande, fabuloso,
impresionante, qué limpieza, qué olores: lavanda, canela, vainilla,
coco. Yo estaba impresionada con la cantidad y la calidad, la manera
de distribuir las cosas, la forma de presentar las vitrinas, el
esmero de las dependientas por atenderme aunque no fuera a comprar
nada. Así da gusto salir a comprar porque no tienes que andar con
tarjeta de racionamiento ni fijándote en nimiedades. Dentro de ese
mall hay una tienda, pero escúchame, Tienda, con mayúsculas que se
llama Easy, donde encuentras desde un tornillo hasta aparatos para
apagar incendios. Yo, con la milésima parte de ese negocio, podría
arreglar este ranchito, pintarlo, cambiar la ducha, ponerle tapa al
inodoro, colocar un espejo nuevo. ¡Le zumba el mango! Mi madre se
moriría viendo tantas cosas y en uno de sus arrebatos tratando de
salvar su sagrada Revolución diría; “Ninguna novedad, porque
antes del triunfo de la Revolución, en Cuba también teníamos eso”.
¿Te imaginas?
Allá no
hay que andar pidiendo el último en las colas, pues generalmente
todo fluye con bastante rapidez y armonía. Cada cual respeta el
espacio que le corresponde sin necesidad de consultar como aquí
“¿compañera, usted está sola?, no mijita, detrás de mí hay dos
personas más que están marcando en otra cola” y así
sucesivamente. Pero caballero ¿qué cosa es esto?
No me perdí
ningún paseo. ¡Qué va! Durante un recorrido por Valparaíso,
ciudad que te encantaría por su arquitectura y sus recovecos, tomé
una lancha para viajar por la bahía sin que me pidieran
documentación ni me revisaran el bolso. ¿Algo te recuerda eso? Si
bien andar por el mar nunca me ha interesado lo hice solo para
sacarme la espina que llevo desde tantos años dentro. De vuelta a la
orilla degustamos empanadas de queso. Pero escucha, queso de verdad y
en abundancia, nada que ver con el queso de esas pizzas que alguna
vez vendían por acá y que dicen que, por tal escaso ingrediente,
llevaban encima preservativos descompuestos. ¡Qué asco! Si mi madre me
escucha dirá “-¿Cuándo fue eso?” Y voy a tener que remontarla
forzosamente a la década del noventa en pleno período especial y
armarle un decorado con sillita, paleta y sombrilla frente a la
playita de setenta en Miramar. ¡Ya tú sabes!
Regresando
al tema. ¿La comida?, exquisita, variada y entretenida. Hay una
cantidad de frutas y verduras que ni te imaginas. Supongo que hay de
todo y en abundancia, porque son ingeniosos y además porque ellos no
han sufrido este eterno bloqueo. Probé los famosos espárragos que
tanto le gustan a mi mamá y que en Cuba desaparecieron desde el
triunfo revolucionario. ¡Malditos espárragos!* Eso es otra historia
que te contaré después.
En Viña
del Mar estuve en la Quinta Vergara, el Balneario Reñaca. Por allá
un día almorcé en la picá de San Pedro, así se conocen en Chile a
los lugares pintorescos. Comí deliciosos mariscos y pescados
acompañados del vino blanco ideal para refrescar la tarde de verano.
El pan, infaltable en la mesa de los chilenos, es crujiente y sabroso
y lo untan con una salsita de tomate, perejil y cebolla que ellos
llaman pebre. ¡Qué sabroso! En otro lugar probé el Pastel de
choclo servido en vasija de barro, eso es otra delicia. Se trata de
harina de maíz relativamente dulzona con pollo, carne de res y otros
ingredientes que hacen de ese plato una verdadera exquisitez. También
probé la Cazuela, como el sopón cubano pero con arroz y las humitas
parecidas a los tamales pero con un toque distinto.
Con colegas
del trabajo de mi hermano; es que al él no le gusta que digan
“compañeros”, compartimos una rica cena en un lugar colonial
situado en Vitacura , un barrio ordenado y silencioso donde a
diferencia de La Habana donde todo se resuelve a gritos, reina la
tranquilidad. En las calles nadie anda vociferando “Hoy toca
picadillo de soya”, “compañeros, llegó el pollo por pescado”,
“ Vecina le marqué en la cola del picadillo de viejo”. Sumida en
la placidez de la abundancia, siempre probando cosas nuevas me dejé
llevar por ese nuevo mundo alucinante entre platos distintos, vinos y
espumantes. Lo mismo se repitió en un restaurante llamado “Los
Adobes de Argomedo” donde además, con un show entretenido, pude
conocer distintas manifestaciones culturales.
Fuimos por
unos días a Papudo, un balneario mucho más tranquilo que Viña del
Mar que cuenta con dos extensas playas divididas por un peñón
rocoso. Nos alojamos en una cabaña de esas que solo había visto en
películas del norte entre pinos y árboles añosos. La vista era
fenomenal, desde una pendiente elevada que bien podía provocar
vértigo a los llegan del llano, se apreciaba un mar aparentemente
calmo poblado de un sin fin de lanchas. Los cubanos se volverían
locos con tal espectáculo, unos queriendo pasear, otros, la mayoría,
queriendo abandonar por un buen rato el territorio nacional.
Bajamos a
la playa y recorrimos el pequeño malecón colmado de sombrillas
multicolores y bancos manchados por depósitos de gaviotas que
revolotean incansablemente el lugar, dos playas se tienden iracundas
y el mar que desde arriba se observaba plácido pasó a ser un
tumulto de olas bravías que iban y venían en total desenfreno. Unos
muchachos enfundados en lycra ajustada desde el cuello hasta los
tobillos desafiaban las violentas olas sobre unas tablas, otros
diseminados escarbaban la arena, si es que a eso, de color oscuro y
textura gruesa. se le podía llamar arena. La mayoría se paseaba
comiendo helados o tomándose fotos. En resumen, chica, la playa es
otra cosa y ahí sí que no pueden competir con nosotros. El agua es
tan pero tan fría que dan calambres, parece hielo. El olor que
desprende el océano es fuerte por momentos. Comenté bajito para no
ofender a los que me habían invitado: ¡Esto no lo quiero para mí!
A pesar que
estábamos en temporada de verano el microclima de la zona era bien
especial, la nubosidad se mantenía gran parte del día y hasta
tuvimos varias lloviznas heladas. Un tibio sol aparecía como
cabizbajo bien entrada la tarde como queriendo recordar que aún era
verano. Hay un dicho popular que reza “El sur empieza en
Papudo”-supongo que por lo del frío y la impertinente lluvia.
Allí
conocí a una norteamericana bien estrafalaria, rubia de ojos azules
que vendía pollos fritos junto a su pololo, un chileno del cual se
había enamorado años atrás cuando al llegar a ese rincón del
mundo, escapando del ruido neoyorquino, decidió instalarse hasta que
alcanzaran su ahorros o resistiese su nuevo emprendimiento. Ay chica,
“Pololo” es algo así como un marinovio. ¿Tú me entiendes?
Bueno pues la gringa entre señas y algunas palabras que contemplaban
modismos chilenos mal articulados me preguntó sorprendida qué cómo
había podido salir de Cuba. Aleteaba con sus largos brazos como
queriendo insinuar que yo había llegado en balsa. Yo me mataba de la
risa, pues dime que aunque el tema es bien complejo, no deja de ser
chistoso visto desde la lejanía. Fascinada por tener frente de sí a
una cubana y sin entender mis argumentos me regaló un collar de
cuentas multicolores que ella en sus ratos de ocio, que al parecer
era su estado permanente, entre chácharas nimias y sin perder
botellas de cervezas de la vista, entretejía con sus propias manos.
Te lo voy a mostrar ahorita. ¡Más que un recuerdo es un tesoro!
Papudo
sirve para eso, para compartir con la gente, para charlar de lo
importante y lo inmortal, para detenerse en el tiempo y hacer que los
santiaguinos se olviden de la tiranía del reloj, cambien la vista de
cemento y mall por el azul intenso del mar y se contagien con la
pasión que entrega un aire puro sin contaminación.
De vuelta a
Santiago me llamó la atención que en un tramo de la carretera,
tremendas autopistas curiosamente sin baches, eventos le dicen en
Chile, personas de blanco situadas a unos cincuenta metros, una de la
otra, agitaban un pañuelo de igual color; dos cosas recordé de
Cuba, a las Damas de Blanco y a la gente desesperada por tomar
transporte. Ni una ni lo otro, nada de eso, estas venden dulces en
una zona conocida por sus exquisiteces y la gracia del viaje es hacer
parquear el carro a una orilla para deleitarse escogiendo dulces.
En Santiago
también fui a museos y recorridos históricos pues no solo de playa
y pan vive el hombre. Estuve dentro de La Moneda. Dentro si, atina!.
En el mismo Patio de los Naranjos de la Casa de Gobierno, que es como
el corazón del país donde trabaja el presidente de turno. ¡Qué
cómico! Presidente de turno, igual que acá solo que en esta isla el
turno del nuestro se tornó eterno porque se rehúsa a pasar el
bastón. Yo aquí en Cuba lo más cerca que he podido estar de la
sede del gobierno es frente al Monumento a José Martí. Si
consideramos que el monumento está como a trescientos metros del
edificio y que entre el monumento y las vallas de seguridad hay
otros doscientos, entonces puedo decir con certeza que he estado a
quinientos metros. ¿O tú crees que es un poquito menos? Cerca de La
Moneda también vi marchas donde afloran los rencores y odios
infernales arrastrados por la memoria de un pueblo que también
sufrió y mítines donde emergen exigencias del presente porque
aspiran a más; ¿pero no es esto acaso manifestación de la plena
libertad de expresión? ¡Dichosos los que pueden manifestarse!
Pero déjame
que te cuente. Viajé donde unos amigos chilenos que viven en San
Fernando. Son muy simpáticos, de ideas socialistas, si chica, de
esos que pertenecen a la izquierda renovada pues, aunque aspiran a
la igualdad para todos, no renunciarán ni a palos a sus propiedades
y extensas plantaciones, veranean en sus casas del litoral y
vacacionan de vez en vez en el extranjero. ¡Quién pudiera...!
El viaje
entre Santiago y San Fernando lo hice en metro tren. El pasaje lo
compró mi hermano por internet y hasta desde una página pudo
escoger mi asiento “Ventanilla”, porque no me podía perder
ningún detalle durante el recorrido. ¡Qué código! Y pensar que
acá para viajar hay que hacer malabares, estar tres meses marcando
una cola o inscribirte en las famosas listas de espera. Y no por ser
extranjera tuve que pagar en dólar. Todo se paga en la moneda
nacional que es el peso chileno. Extranjeros o chilenos, todos son
pasajeros. Ja,ja,ja igualitico que acá.
En San
Fernando me agasajaron como solo ellos saben hacerlo. Recorrí la
zona, visité un hermoso pueblo llamado Santa Cruz que no se parece
en nada al Santa Cruz nuestro. Allí estuve en un casino y en un
juego de tragamonedas hasta me gané cincuenta dolares. También
probé varios tragos y comí riquísimas empanadas de carne hechas
en horno de barro. A excepción del mote con huesillos, eso no me
gustó, el resto superó mis expectativas y sobrepasó mi realidad.
Después de comer tanto, de visitar los mercados abarrotados, las
fecundas parcelas, la descomunal Vega Central, no tendré fuerzas
para ir de nuevo al deprimente mercadito de L y 17. ¡Qué horror!
Ya te
mostraré las fotos que dan fe de tanto regocijo. Claro que he me
quedado con varias dudas. No entendí que una militante del Partido
Comunista haya enviado a su hijo a estudiar a Inglaterra cuando a
nosotros nos inculcaron durante décadas que el hombre nuevo se
forjaba sólo en la Unión Soviética o en los países del campo
socialista. Bueno es cierto que de ese campo no queda nada, pero
mándenlo para acá entonces para que sepan lo que es sacrificio.
Tampoco
entendí nimiedades como estas; que los cakes finamente decorados no
llevan ni mercurio-cromo, ni azul de metileno, ni violeta genciana,
esos materiales que acá ocupamos para teñir y dar color. Lo mismo
ocurría con el lenguaje que siendo el mismo tenía sus curiosidades;
que Tula es una mala palabra cuando acá es el nombre de la insigne
Avellaneda, mi hermano se gradúo en “La Gran Tula” de Camagüey.
Que tampoco se puede decir “Pico” que es sinónimo de “Tula”.
¿Entonces cómo les podría contar del pico más grande de Cuba
cuando me preguntaban por la geografía de la isla?; que en los
entretenidos relatos y tertulias no podía mencionar a la graciosa
tía Chucha. Ya te contaré luego por qué.
Marlene
hace una breve pausa, se incorpora en busca de los álbumes para
ilustrar tanto alborozo y comenta -Te voy a preparar un cafecito de
esos de verdad mientras revisas las fotos. Mira, esas de arriba me
las tomó mi amiga, Ana lía, en La Sebastiana, la casa de Pablo
Neruda. Fíjate en la imagen del poeta en el banco donde estoy
sentada. !Ay qué lindos recuerdos!
Marlene se
toma el pelo con un gancho chileno y parte hacia la cocina desde
donde en voz alta agrega:- Tengo tanto que contarte chica, pero creo
que nos va a faltar tarde y además anunciaron apagón.
Lo que tengo
bien presente, porque además fue solo hace una semana, es que el día
que tenía que regresar mientras intentaba hacer caber el cerro de
cosas dentro de mis abultadas maletas le dije a mi hermano “Si por
alguna razón todo lo aquí vivido se tratase de un sueño,
justamente porque quiero quedarme otro rato, por favor, no me hagan
despertar”.
FIN
Santiago, Marzo 2015
*Alusión al
cuento “Malditos espárragos” publicado en el blog.