“Línea recta”
La tarde cambiaba de color, se hacía de noche. El aire
húmedo olía a musgos y pasto fresco. La vegetación se estremecía de vida pura.
Lleno de felicidad, concentrado en sí mismo, él iba disfrutando la música
estrepitosa que penetraba a destajo por los inmaculados audífonos de nueva
generación. La hilaridad le envolvía. No estaba dispuesto a darle espacio a
otros ruidos. Los ojos enrojecidos por el cansancio no impedían que contara los
travesaños que fluyendo armoniosamente bajo sus zapatillas deportivas se
sucedían a distancia estrictamente calculada. Al fondo de la línea recta del
ferrocarril se divisaba el entronque que él debía tomar rumbo a su casa. ¿Siete
minutos? Quizás menos. De repente notó que se iluminaba el camino, algo tras él
galopaba a toda marcha. Pero no vio más, porque el choque provocado por la mole
gigante de fierro fue brutal. Voló y rodó ya sin conocimiento. Después de un
mes despertó en la sala de un hospital rodeado de rostros que lo observaban con
mezcla de compasión y alegría. No entendía nada. Poco a poco empezó a reconocer
a los que estaban a su alrededor. Quiso moverse. No pudo. Su frágil cuerpo no
le respondía. Tratando de ordenar sus precarios recuerdos creyó escuchar a lo
lejos el impetuoso rugir de una locomotora. Notó que unas lágrimas genuinas y
liberadoras estaban por brotar. Exhalando un hondo suspiro empezó a llorar.